El jueves 2 de octubre, LA PRENSA GRÁFICA dio a conocer que varios músicos populares salvadoreños han presentado a la Asamblea Legislativa un anteproyecto de ley supuestamente para fomentar la música nacional. Lo que persiguen es que las estaciones de radio del país tengan que programar un 30% de música salvadoreña. A primera vista, puede parecer una medida loable de apoyo al “talento” nacional, que recibe poca atención y favor del público y los difusores de música.
La ley podría impugnarse como inconstitucional, ya que es una restricción irrazonable a la libertad económica y libertad de expresión de los titulares y oyentes de las empresas radioemisoras. Lo que pretende es crear una audiencia cautiva para un pequeño sector de intérpretes y forzar a la radio-audiencia a escuchar “patrióticamente” lo que no ha elegido. Si además de esta cuota obligada sumamos las cadenas de radio del gobierno y los comerciales, poco quedará para la música predilecta.
Es políticamente incorrecto decirlo, pero la verdad es que si los peticionarios fueran buenos o al menos respondieran a los gustos del público, no necesitarían la ley. Predomina la música extranjera en nuestras ondas debido a su mayor variedad y calidad, lo que hace que el público responda a ella espontáneamente. Esto es lo que sucede cuando un intérprete nacional es de alta calidad o satisface al público.
En realidad, se está pidiendo adoptar un esquema perjudicial y que puede producir efectos contrarios a los que se pretenden. Concederle un espacio reservado, de manera forzosa, a un grupo de músicos, significa quitarles todo estímulo para mejorar, ya que saben que por malo que sea su producto, debe ser transmitido. El efecto final será una reducción de calidad del producto musical nacional.
Si tenemos dudas que esto pueda pasar, recordemos un par de casos. De los años cincuenta a los setenta, los cineastas europeos conquistaron al mundo con su originalidad, calidad y con la belleza y el talento de sus intérpretes, hasta que la Comunidad Europea estableció cuotas obligatorias de exhibición para el cine regional, lo que llenó las salas de películas mediocres, y subsidios para la producción de nuevas cintas “artísticas”, es decir, hechas sin pensar que iban dirigidas a un público que paga y que nadie tenía interés en ver. El resultado fue la quiebra y desaparición casi total del cine comercial europeo. El cine de Hollywood, contra el que iban dirigidas las medidas, triunfó como nunca antes.
También ha sucedido en nuestro país. Hace algunos años hubo una ley por la que se pretendió “ayudar” a los “artistas” nacionales, obligando a oír a sus representantes gremiales cada vez que se pretendía presentar un intérprete extranjero en el país y además tenían que pagar parte de las ganancias al sindicato de intérpretes: ¡un impuesto que un particular debía pagar, no al Estado, sino a otro particular! El sublime violoncellista Pablo Casals tuvo que pedir permiso a un payaso de circo para poder ejecutar en concierto suites de Bach y sonatas de Beethoven. El gremio “artístico” nacional no mejoró un ápice con ello, pero sus asociaciones fueron acusadas frecuentemente de estar dominadas por mafias que medraban exclusivamente de la ley. Los circos nacionales tienen aún privilegios similares.
El lamentable estado de la producción artística nacional tiene sus raíces en los defectos del sistema educativo nacional, inadecuado para estimularlo, tema que podríamos tratar más adelante. Si el Estado y el municipio quieren ayudar, que utilicen las frecuencias de las radios nacionales para programar música nacional, que asignen becas para arte y música, que abran escuelas gratuitas de música y arte en todas las ciudades, que celebren concursos y conciertos municipales, etcétera. Mientras tanto, no fomentemos la mediocridad ni torturemos al público radioescucha con material que no tiene interés en oír.
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