Con el reciente gane de Barack Obama el mundo está a la expectativa de la nueva administración, especialmente lo relacionado con la política exterior, concretamente sus reacomodos con América Latina.
Indudablemente el recién electo presidente de Estados Unidos tiene un enorme reto con una América Latina transformada que incluye desde gobiernos derechistas, como el de Colombia y el nuestro, hasta aquellos hostiles hacia el actual Gobierno estadounidense, como el de Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Según la plataforma de campaña del presidente electo Obama, promoverá un diálogo directo con líderes de todo el mundo, en particular con aquellos que han sido históricamente adversarios de Estados Unidos.
Desde el principio de su campaña el electo presidente expresó un nuevo rumbo en su política exterior con mensajes de paz y reconciliación. Su tema fuerte fue que terminaría la guerra con Iraq en forma responsable. Pero los retos no terminan allí, es urgente revitalizar la anémica economía global, el problema migratorio con cerca de quince millones de ilegales que residen en ese país y otros tantos.
Las corrientes institucionales juegan en su favor. Obama gobernará junto a una legislatura afín a su pensamiento, ya que ambas entidades del Capitolio (Senado y Cámara de Representantes) serán lideradas por el Partido Demócrata.
La crisis financiera y global, el deterioro del medio ambiente, la pobreza, las enfermedades todavía incurables que producen la muerte a millones de personas en el mundo deben ser los principales focos de atención de los líderes mundiales.
Las ideologías políticas, las viejas tensiones entre izquierdas y derechas deben ceder para contrarrestar los graves problemas del presente y futuro inmediato que sufrirá la humanidad.
Que los cambios en Estados Unidos tienen una resonancia en el mundo no es ninguna exageración; al menos en nuestro ámbito latinoamericano esa importancia puede analizarse en dos vías: la primera, que aquellos gobiernos que promueven sentimientos contrarios a Estados Unidos, talvez no encuentran un interlocutor contestatario que aliente las confrontaciones y por ende, se reduzcan sustancialmente las tensiones actuales, como los movimientos belicistas que estamos presenciando en Venezuela con la compra de material de guerra y entrenamientos militares peligrosos; la segunda, que los países que mantienen una cercana relación con el país del norte tendrán que experimentar también cambios en sus políticas económicas, sociales y de cualquier otra índole conforme a los lineamientos que establezca el futuro Gobierno norteamericano.
Pero una de las más grandes lecciones aprendidas en el proceso electoral norteamericano es que se renueva la tesis basada en que el poder reside en el pueblo, quien de modo civilizado se manifiesta en las urnas y su decisión es respetada. El éxito de las democracias, por otro lado, no reside exclusivamente en que el poder se entrega a quien configure las mayorías, sino que se entienden legitimadas cuando las mismas sean el producto del convencimiento sincero sobre acciones o promesas reales, posibles y ejecutables y no cuando las decisiones o el voto están basados en las falsas promesas o en ofertas imposibles de cumplir y menos todavía, cuando se obtiene un caudal electoral amparado en falsos temores.
Muchos salvadoreños, especialmente en las áreas rurales o en zonas urbanas marginales, donde el pueblo no tiene acceso a información cualificada, son presa fácil de los políticos en tiempos de campaña, quienes tienden a aprovecharse de la candidez y la buena fe de los futuros votantes.
Desde fuera de la euforia que padecen los políticos, creemos que es básico que ellos identifiquen los problemas del país o de una región particular y que propongan soluciones posibles, aunque no resuelvan todas las necesidades urgentes. Pero esto siempre será mejor que crear expectativas difíciles de cumplir. Políticos: no jueguen con la inocencia del pueblo que todavía los privilegia con escucharlos y acompañarlos en su carrera hacia el poder.
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