lunes, 19 de enero de 2004

La animalada salvadoreña

Por el Imperio del Derecho / Centro de Estudios Jurídicos


Animalada es una expresión que los salvadoreños comprendemos, y llamamos “animala” al que sabe hacer las animaladas y merece ese calificativo, que se detenta con orgullo. A estas vivezas salvadoreñas se les rinde culto en nuestro medio, olvidándonos que cualquier lesión a los derechos de los demás es contraria a la convivencia pacífica y armónica de los individuos. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, y ese respeto debe ser real; no puede darse violando derechos de otro y simulando que no hay tal violación. Esa es la gran diferencia entre nuestros pueblos y los países desarrollados.


En nuestro país, por ejemplo, vemos cómo para evitar trámites de adopción se dan suplantaciones de estado civil; se cometen falsedades ideológicas y defraudaciones, obteniendo pagos o subsidios del ISSS o de compañías de seguros para supuestos partos en donde la madre que va a entregar a un hijo en adopción es internada en un hospital bajo el nombre de la que va a adoptarlo. Entre las ocupaciones ilegales de inmuebles y la posesión no existe mayor diferencia, lo importante es obtener de alguna manera la “legitimidad sobre un inmueble”. Hemos visto con tristeza cómo la alcaldía municipal tuvo que hacer uso del Cuerpo de Agentes Metropolitanos, para poner en cintura a un tipo que, en lo mejor de su ignorancia y de su animalada, declaró a los medios informativos que él había ocupado una zona verde municipal “a la brava”. El caso de las alteraciones de los decretos legislativos que ha producido la aplicación retroactiva de leyes penales, poniendo en libertad a narcotraficantes, es otra de las animaladas de la cual la ciudadanía no obtiene una explicación coherente.


Podemos encontrar cantidad enorme de situaciones en las cuales la gente considera parte de su inteligencia y de su propio valer el hacer uso de privilegios, como la compra de licores a precios más bajos, la agilización de trámites mediante el pago de “mordidas” o las “movidas” de buseros, que vienen a hacer pensar a nuestro pueblo que vivimos en un sistema que jamás va a poder ser cambiado y que las cosas simplemente son así. Se acepta que el funcionario que no se “compone” en un cargo es “bobo”, y por el contrario, al que se lucra ilegítimamente del cargo se le considera “animala”.


Existen así, cantidades de animaladas que van desde las que hemos mencionado, constitutivas de delitos, hasta otras en las cuales se abusa de la buena fe, la bondad y el nacionalismo de los salvadoreños, como el relacionado al reciente caso de La Haya, cuando se publica el voto razonado de un magistrado cuyos honorarios pagó el Estado salvadoreño (valga decir, pagado con los impuestos de los salvadoreños), en vez de publicar la sentencia que nos fue adversa.


Aceptamos esto como si se tratara de una verdad divina inmutable, y se cree que los salvadoreños no podemos cambiar, pero cuando estos mismos salvadoreños se suben a un avión y en dos horas están en Estados Unidos, ya no son tan “animalas” como lo eran en suelo salvadoreño. Llegando al aeropuerto que fuere, respetan la línea amarilla, hacen cola, respetan las señales de tránsito, no botan la basura en las autopistas, etc. ¿Por qué esta diferencia? Por la voluntad de hacer cumplir la ley que hay allá; no necesitamos acudir, como sugieren personas de edad avanzada, a un hombre fuerte que venga a poner orden, sino contar con un orden jurídico que se haga realidad. No necesitamos otro dictador más que el Estado de Derecho.


Hay miles de casos entre los ejemplos citados, pero bastaría con que uno solo fuera juzgado y hecho del conocimiento público, para que muchas personas cambiaran de actitud. Este cambio se logra a través del orden jurídico y del ejemplo de los políticos. Pero hay algo más allá de esos buenos ejemplos que se ha perdido en el país y lo debemos rescatar, es… la vergüenza.

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