lunes, 18 de octubre de 2004

En defensa del Día de la Raza

Por el Imperio del Derecho / Centro de Estudios Jurídicos


El 12 de octubre pasado, varios descendientes de conquistadores españoles, mestizos y blancos, provocaron embotellamientos de tránsito en varias calles de San Salvador, con el consiguiente perjuicio a los ciudadanos que deseaban trasladarse y trabajar, en protesta de la conmemoración del descubrimiento de América.


Hoy en día es políticamente correcto hablar de la conquista española del continente como de un genocidio, pero esto, aparte de ser una de las eternas reacciones de envidia contra cualquiera que ha tenido éxito, es una falsificación de nuestra historia.


La conquista de un pueblo por otro no es aceptable según los estándares modernos, pero lo era en el siglo XVI y antes. La historia de América precolombina no es más que la sucesión del auge y decaimiento de imperios formados por medio de crueles conquistas.


Los españoles sólo aplicaron los mismos principios que regían las relaciones internacionales entre los pueblos americanos y su conquista no fue más que el desplazamiento de un grupo dominante por otro, lo que muchas veces había sucedido en la región.


¿Y por qué se logró esa conquista? Unos mil españoles participaron en la de México y se apoderaron de un imperio de cuarenta millones de almas. Ciento cincuenta españoles fueron a Perú con Pizarro y tomaron un inmenso imperio de veinte millones. ¿Cómo se dio eso? Simplemente, el pueblo no defendió a sus gobernantes y se alió con los conquistadores. Cortés tomó Tenochtitlán con un ejército de tlaxcaltecas y Pedro de Alvarado vino a nuestro país con un centenar de españoles y cinco mil indígenas.


Los conquistadores les ofrecieron un régimen de explotación más benigno que el que habían sufrido por siglos.


La conquista de América no fue ningún genocidio. Los españoles no tenían los medios de destrucción masiva necesarios para ello, ni la intención de hacerlo, pues en la población indígena veían mano de obra explotable. La fusión de razas en que vivimos es una prueba de ello.


Hubo un despoblamiento del continente, pero esto fue debido a la importación de enfermedades y su fulminante efecto en una población que había estado aislada del resto del mundo, debido a su atraso tecnológico.


Además de ese aislamiento, se acabaron los sacrificios humanos masivos, los españoles trajeron a América los progresos materiales del Viejo Mundo, el cristianismo, los ideales humanitarios de la civilización occidental.


Si hoy en día Rigoberta Menchú se proclama defensora de los derechos de los indígenas, no es porque aplique ningún principio de la civilización nativa, sino porque está tan aculturizada que propugna por los principios de la de los conquistadores.


Salvo por su penetrante religiosidad y sus sangrientos gobiernos, no hubo una destrucción sistemática de la cultura indígena; se produjo una fusión de ésta con la española, como no la ha habido en otra situación de conquista, y lo puede comprobar cualquiera que hable como salvadoreño, haya usado un sombrero de palma, haya comido una pupusa o un gallo en chicha.


Los españoles trajeron un régimen jurídico ilustrado, en comparación con los de la época, crearon un cuerpo legal único en una sociedad colonizadora para el gobierno de los territorios conquistados y crearon un sistema de rendición de cuentas de los funcionarios públicos que nombraban, gracias al cual conocemos los abusos que se dieron en su gestión y cómo se trató de enmendarlos.


Gracias a esto, España pudo mantener su dominio sobre la región durante tres siglos, casi sin presencia militar y con el consenso de sus habitantes.


No tratamos de ocultar, disminuir o ignorar las crueldades e injusticias que se dieron durante la conquista y colonización española de América, que fueron muchas, pero la mentira sobre los mismos no nos conduce a nada bueno. El 12 de octubre de 1492 fue la fecha determinante de nuestra historia y, con todos sus defectos, fue para bien.

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