Este mes se conmemoró el Día Internacional de la Mujer y ello debe ser motivo de especial reflexión. Para algunas religiones, muchas de las celebraciones, incluidos cumpleaños, no tienen razón de ser, y si de verdad se quiere rendir un reconocimiento, en este caso, a la mujer, esto debe hacerse todos los días del año. Coincidimos con ese pensamiento, pero más que un día o un mes de “nominación” se necesitan acciones que permitan a la mujer alcanzar una verdadera igualdad. Vale la pena recordar que históricamente la discriminación contra la mujer fue estimulada por grandes filósofos. Para Kant la mujer estaba excluida de la vida política, al considerar que para ser ciudadano activo era necesaria la cualidad natural de no ser niño ni mujer. Por su parte Hegel reducía el puesto de la mujer al ámbito de la familia, negándole radicalmente el acceso a participar en la ciencia, Estado y la economía. Casi como un chiste, todavía en días recientes, un diputado de la Asamblea Legislativa hacía eco expreso a esa filosofía.
En el siglo XIX, las mujeres fueron excluidas del trabajo asalariado, o relegadas a trabajos asalariados considerados de segunda categoría: máquina de coser o de escribir y fueron excluidas del reconocimiento de toda contribución a la subsistencia familiar al ser consideradas amas de casa económicamente dependientes, improductivas y reducidas a realizar el llamado “trabajo fantasma” dentro del hogar.
La exclusión de las mujeres también se extendía a la participación en la vida cultural y educativa. El filósofo Rousseau trazó un programa completo de educación basado en postulados como: “Ellas deben aprender muchas cosas, pero solamente aquellas que les conviene saber”; “toda la educación de las mujeres debe ser relativa a los hombres”. “Las obras de talento exceden de sus capacidades. Y carecen asimismo de las cualidades necesarias para las ciencias exactas y los conocimientos físicos”. ¡Qué equivocado estaba! ¿Qué diría Rousseau al saber que en la actualidad, pese a las adversidades, las mujeres sobresalen en todas las ciencias, artes y disciplinas? Los ejemplos agotarían esta columna.
Ha valido la pena hacer una mínima referencia histórica, pues esas filosofías aún impregnan las mentes de muchísimos hombres y mujeres que tristemente responden a esos patrones culturales.
Volviendo a nuestra realidad, las dificultades con las que tropezamos las mujeres se sitúan no tanto en el ámbito de la igualdad jurídica, consagrada en la Constitución y leyes, sino en el de la igualdad de facto. La igualdad jurídica es ciertamente un logro que debemos a mujeres valientes que nos precedieron en su paso, pero es insuficiente por sí sola. La igualdad real o de hecho requiere, ante todo, la aplicación efectiva de las normas igualitarias, reflejada en igualdad de oportunidades, en el acceso a la educación, al empleo, a los cargos públicos y muy especialmente al acceso a la justicia. ¡Eso no se da!
Pese a que no se puede negar que la mujer de esta época está alcanzando grandes logros, hasta niveles antes inimaginables, todavía es víctima de abusos, discriminación y en general de violaciones de sus derechos humanos, incluida su vida. Según información publicada recientemente en este periódico, en reunión sostenida en nuestro país entre los procuradores para la Defensa de los Derechos Humanos de México y El Salvador, uno de sus temas de preocupación fue el alto número de asesinatos de mujeres en ambos países. Es aflictivo el fenómeno de la violencia de género que eleva las cifras de asesinatos a grado tal que el Estado de El Salvador ha sido denunciado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Entonces ¿Hay realmente motivos de regocijo para las mujeres? Deben alcanzar la igualdad real.
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