Centro de Estudios Jurídicos / Por el Imperio del Derecho
Ahora que estamos por finalizar el año, invariablemente surgen los propósitos para el siguiente, tanto en el ámbito personal como los deseos para el orden nacional e internacional. Algunos podrían ser realizables, especialmente aquellos que dependen de nosotros mismos, y otros pertenecen a lo inalcanzable porque no vemos que las piezas se muevan.
Por ejemplo, la finalización definitiva de las guerras, invasiones a otros países, la eliminación armamentista y la destrucción de armas capaces de acabar con la humanidad son temas sobre lo que muy poco podemos hacer. La permanente tendencia de los países considerados enemigos en fortalecer y modernizar su arsenal de guerra es una constante preocupación y amenaza para las sociedades. En nuestra región, que Cuba y Venezuela desplacen hasta sus costas naves marítimas empleadas para el ataque y se lleven a cabo entrenamientos militares causa temor. Que Estados Unidos, tradicionalmente dispuesto a las soluciones militares, no dé muestras claras de abandonar esas conductas ni de adherirse a la Corte Penal Internacional para enjuiciar a sus ciudadanos de cualquier nivel o rango, que cometen crímenes de guerra o de lesa humanidad, es motivo para pensar que no existe interés en cambiar de métodos para la convivencia internacional.
Sin embargo, en nuestra sociedad, muchos cambios obedecen a nuestras propias actitudes. Los procesos electorales que se avecinan no debemos contemplarlos dramáticamente como si está en juego la vida o la muerte. Dosifiquemos las pasiones sin desbordarlas por luchas partidarias ni hagamos de los favoritismos ideológicos contiendas sangrientas. Que la vida cotidiana no se detenga a contemplar exclusivamente lo que hacen y dicen los políticos en campaña. Hay, en nuestro alrededor aspectos que no conviene perder más tiempo para corregir: la inseguridad, el desempleo, la alta tasa de criminalidad contra la vida, la destrucción del medio ambiente, la corrupción de los funcionarios, el desorden en el tráfico vehicular y un largo etcétera.
En estos tiempos los políticos prometen arreglar todo en una desesperada búsqueda del voto; mañana, los que triunfen darán excusas y explicaciones porque no pueden cumplir sus promesas. Cuando los funcionarios que llegan a ocupar los cargos importantes para corregir aquellos problemas no son capaces de resolverlos, por falta de idoneidad o por presiones perversas que reciben, es la sociedad civil organizada la única capaz de fiscalizar con transparencia sus actuaciones y reclamar lo prometido. Es ella la que se coloca entre el ciudadano y el Estado para estructurar las voces que individualmente nadie escucha. Son las universidades, los organismos no gubernamentales, las asociaciones profesionales, las gremiales empresariales, los sindicatos, los grupos defensores de derechos y las iglesias, entre otros, que integran la sociedad civil organizada.
Los políticos se organizan y luchan para ostentar el poder. La sociedad civil se organiza para vigilar el correcto cumplimiento de aquellos. El señalamiento, la denuncia, las presiones de la sociedad moldean los comportamientos de los políticos.
Cuando el Estado se convierte en autoritario, fomenta la ilegalidad o no vela por las mayorías populares, es la sociedad civil la llamada al reclamo y la que acude al encauce para la solución de los problemas. Pero también estas organizaciones deben contar con líderes éticamente solventes, respetuosos del orden jurídico —que reconoce incluso el derecho a la desobediencia e insurrección cuando el Estado quebranta el orden Constitucional— y que defienda el interés común.
A las puertas de las elecciones para diputados, alcaldes y presidente de la República, no fijemos la mirada solamente en los colores, sino que también veamos, participemos y fortalezcamos a la sociedad civil organizada, porque ella tiene carácter permanente y por lo general busca el bienestar común a través de la legítima defensa de los derechos.