lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Confiamos en los delincuentes?

Por el Imperio del Derecho/Centro de Estudios Jurídicos


El título puede parecer repugnante, pero tiene su explicación. Según nuestra Constitución, la finalidad de los centros penitenciarios es corregir a los delincuentes, educarlos y formarles hábitos de trabajo, procurando su readaptación y la prevención de los delitos. Ningún objetivo está destinado a imponer sufrimientos o castigos en contra de los detenidos; más bien, el constituyente confía en la posibilidad que los seres humanos somos capaces de ser recuperados a través de la formación de nuevos patrones de comportamiento. Lo que no pudo hacerse por medio de la prevención del delito, debe procurarse a través de la readaptación del delincuente.


Para semejantes finalidades tenemos un sistema penitenciario llamado progresivo. Esto significa que la propia conducta penitenciaria del interno le permitirá paulatinamente ir ascendiendo a diferentes fases hasta obtener su libertad definitiva, pasando por una clasificación ordinaria, de confianza, de semilibertad y libertad condicional.


Aceptamos que la actividad penitenciaria es compleja; se trata de lidiar con hombres y mujeres con personalidades heterogéneas, generalmente conflictivas y muy dadas a realizar conductas reprobadas por la sociedad.


La observación y evaluación constante del condenado permite a los equipos técnicos criminológicos mantener una opinión sobre los avances o retrocesos en el desarrollo de su personalidad. El tiempo en prisión y la buena conducta son indispensables para que puedan alcanzarse algunos derechos reconocidos por la ley, entre ellos los permisos de salida, sobre los que centraremos la atención.


Los permisos de salida tienen muchas ventajas recogidas de las experiencias de otros sistemas que lo ponen en práctica. Para que un condenado los disfrute, debe estar clasificado en la fase de confianza o en la de semilibertad, a las que se llega después de haber cumplido la tercera parte o la mitad de la pena, respectivamente; y en ambos casos, que los especialistas (psicólogos, educadores sociales, médicos, etcétera) emitan un dictamen y pronóstico favorables afirmando que el prisionero tiene capacidad para salir y regresar al establecimiento.


Una de las ventajas de los permisos de salida es que reduce las tensiones propias del aislamiento, fortalece los vínculos familiares, constituye un estímulo por su buena conducta y crea un sentido de responsabilidad, descongestiona las prisiones y produce un ahorro en el costo por recluso. Queremos insistir, no se trata de abrir las puertas de las prisiones a todos los delincuentes, sino exclusivamente aquellos que los especialistas en la conducta humana están seguros de que han superado las tentaciones a reincidir en el delito y no se trate de casos de extrema gravedad.


En nuestra realidad nunca hemos visto a plenitud el sistema progresivo que desarrolla el ordenamiento legal. Las autoridades penitenciarias, desde los titulares hasta el último personal, tradicionalmente están aferradas a un concepto y finalidad diferentes: la custodia de los presos evitando las fugas y a la seguridad del establecimiento penitenciario. El éxito en el desempeño lo miden en el número de internos que se escapan, en la cantidad de motines anuales o en los muertos en riñas violentas. Pero la eficacia del sistema debe descansar en la cantidad de personas que han sido readaptadas a la sociedad y que están en capacidad de vivir sin el delito.


Está comprobado que la atención adecuada a los delincuentes, la flexibilidad, la comprensión, el trabajo, la atención sanitaria, la educación y la intervención profesional aseguran la resocialización. Mientras que el trato inhumano, la disciplina rígida, la negación de derechos humanos y la dureza en la convivencia cotidiana garantizan la reincidencia en el delito.


La mayoría de delincuentes seguramente son personas capaces de adaptar su conducta a parámetros normales dentro de la sociedad; otros son incorregibles. El sistema debe poner énfasis en atender los primeros y mantener todas las medidas de seguridad contra los demás.

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