lunes, 15 de marzo de 2004

De la campaña política

Por el Imperio del Derecho / Centro de Estudios Jurídicos


Está por terminar el plazo de la propaganda política y con ello volverá una relativa calma a los hogares salvadoreños hasta el día de las elecciones presidenciales. Sin embargo, a esta altura, conviene revisar algunos hechos acaecidos.


Lo primero que resulta obvio es la incapacidad demostrada por el Tribunal Supremo Electoral en la fiscalización de la campaña. La división en su interior por causa de la partidización produjo una inacción de la institución y con ello fomentó la violación casi sistemática de la ley por los partidos en contienda, poniendo en grave riesgo el proceso electoral. Por ejemplo, al Tribunal Electoral fueron presentadas más de cincuenta denuncias, de las cuales únicamente fueron resueltas dos. La tecnología computacional que usa, además, es vulnerable. Así las cosas nos preguntamos: ¿qué garantía tendremos de la transparencia de los resultados el día de las elecciones?


Otro aspecto importante es que la campaña ha estado dominada por mensajes de odio, violencia, miedo e intolerancia expresada por las dos principales fuerzas políticas con opción de victoria, sumiendo al electorado en una perturbación angustiosa de su conciencia e inhibiéndolo con ello de hacer una valoración objetiva de las propuestas electorales a fin de tomar una decisión con el cerebro y no con la bilis. Las estadísticas nos muestran el número de seres humanos que perdieron la vida o que sufrieron lesiones corporales irreparables producto de la campaña, no digamos las secuelas psicológicas que quedarán en la población en general.


Gran parte de la responsabilidad está en los dos principales partidos políticos, que continúan utilizando su estrategia de alcanzar el poder vía el ataque furibundo a su adversario, sobre la base del odio y el miedo, preservando y agudizando con ello la polarización y no permitiendo, deliberadamente, el surgimiento de ninguna otra fuerza política. La estrategia ha sido, es, y no sabemos si será, la de no permitir a nuestra población el mínimo de tranquilidad y seguridad para la selección de los mejores candidatos. Las aplanadoras propagandísticas, llenas de afiches, colores, mensajes vacíos de contenido y divorciados de los intereses de la población, son los que imperaron. En la campaña política se siguió pensando y actuando primitivamente, pero conscientemente, apelando a vetustas estrategias políticas como: “el fin justifica los medios”,“divide y vencerás”, es decir, no importa que divida al país si el poder es lo que quiero.


Algo que también hemos podido observar con preocupación es la participación activa de algunos medios de comunicación social tomando partido en la contienda, atacando a ciertos partidos. Estas actuaciones desdicen mucho de su principal misión y deber que es el de informar sobre los hechos en forma imparcial, veraz y objetiva sin sesgos ideológicos. Esto, desde luego, no coadyuva a la opinión pública a revisar los hechos en forma objetiva, sino que contribuye al estado polarizante en que se encuentra nuestra sociedad. Un país como el nuestro, en donde la falta de educación asociada a la pobreza es mayoritaria, inhibe a su pueblo a que tome una conciencia política democrática en defensa de los intereses colectivos, si algunos medios no contribuyen a ello. Debemos ser categóricos, la campaña política que está por finalizar no contribuye a la sanidad del sistema democrático de derecho.


El grueso de nuestra población ha estado demandando de los políticos y de los grupos de poder económicos un entendimiento mínimo, sin el cual no alcanzaremos la unidad como nación y no superaremos el estado de subdesarrollo en que nos encontramos actualmente.


El problema y su desafío está planteado, las elecciones son el 21 de marzo, el próximo presidente y las fuerzas políticas y económicas tienen la palabra en esa nueva etapa que se abre.

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