lunes, 2 de agosto de 2004

Del Real Intercontinental al Princess

Por el Imperio del Derecho / Centro de Estudios Jurídicos

Uno de nuestros asociados nos cuenta lo siguiente: “Hace pocos días atendí una delegación de ejecutivos de una compañía norteamericana que vino a conocer el país y explorar el clima de negocios con miras a establecer una base para la expansión de sus operaciones en la región, ante la inminencia del CAFTA, y me tocó escoltar a uno de sus ejecutivos desde el hotel Real Intercontinental a una cita de negocios al hotel Princess.


Cuando nos dirigíamos al estacionamiento a tomar mi vehículo, pasamos frente a un quiosco en el que estaba un vendedor de discos para DVD obviamente pirateados, puesto que ofrecía películas que aún están en las salas de cine y no han sido lanzadas en ese medio. ‘¿Nadie arresta a ese hombre?’, preguntó el ejecutivo.


El primer alto que hicimos fue ante una venta de objetos robados junto a un importante colegio privado y un vendedor se acercó a ofrecerme piezas de automóvil, que quizás me fueron robadas a mí mismo. ‘Hay mucho comercio informal, ¿no?’, comentó el extranjero, ‘¿No pagan impuestos? ¿Por qué esos productos industriales no vienen empacados?’


Hicimos un pequeño desvío para hacer un recado y al final de la calle Sisimiles encontramos un mendigo, un minusválido, sentado en medio de la calle con un rótulo por el que anunciaba su condición y pedía ayuda para comprar una silla de ruedas. Hace unos meses una iglesia evangélica se apiadó de él y le regaló una, pero nadie la ha visto desde entonces porque él sigue sentado en medio del tráfico pidiendo limosna para adquirirla. ‘La vida de ese hombre corre peligro’, comentó el inversionista, ‘y él es un peligro para el tráfico vehicular’.

En la cuadra de la alameda Juan Pablo II entre el bulevar Constitución y la 75.ª avenida norte, encontramos no uno, sino dos, embotellamientos de tráfico, debido a que conductores que salían de un pasaje y de un conocido supermercado con rumbo al oriente querían evitarse conducir un par de cuadras más y cruzaron ilegalmente a la derecha, sin importarles la ley ni el derecho de los demás conductores salvadoreños. ‘¿Permite la ley que uno cruce la línea amarilla de esa forma?’, preguntó el americano.


Al hacer alto al final de la cuadra fuimos abordados por un hombre que pedía limosna para la Cruz Verde, por otro que vendía calcomanías, diciendo que eran una cooperación para con un centro de rehabilitación de drogadictos y por unos vendedores de cargadores de teléfonos celulares, todos los cuales ocupaban también el medio de la calle y se movían entre el tráfico. Esta vez el gringo ya no comentó nada.


Antes de llegar al hotel Princess pasamos también frente a una obstrucción de acera y de parte de la calle por el ripio de una construcción, vendedores de lotería que abordaban los autos detenidos ante los semáforos, un tragador de fuego y un vendedor de fauna en peligro de extinción, sin contar que nos ahogó el humo de un autobús de varias décadas de antigüedad que todavía circula. Al llegar a nuestro destino lo oí comentar: ‘Se aprende mucho de un país aunque sea en unas pocas horas de visita’. ¿Por qué será que la mayor parte de la inversión extranjera en Centroamérica va a Costa Rica y no a los demás países?”


Sabemos de sobra por qué. El imperio de la ley. El simple y elemental cumplimiento de la ley. Unas horas en el país bastaron a un inversionista inteligente para darse cuenta de que no tenemos leyes o que nuestras autoridades no las hacen cumplir, pese a que esto genera desorden, inseguridad e incomodidad a los particulares. Igualmente, habrá deducido que, pese a toda la retórica de las autoridades, su inversión no está segura, tampoco su persona y su propiedad personal, que el mismo desorden e indiferencia ante la ley debe imperar en los tribunales de justicia, etc. A muchos les gusta hacer leyes como si fueran fórmulas mágicas para la resolución de los problemas del país. Las leyes son papeles sin valor si no se les hace cumplir.

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